Saturday, August 11, 2012

BUSCAR REFUGIO





“Ayer morían en Bosnia los que ahora mueren en Bagdad”
                                                                                                 Papá cuéntame otra vez (Ismael Serrano)

Mohammed es un médico iraquí que hace cuatro años llegó a Suecia. Su condición legal ha sido desde el principio la de refugiado.
Había estudiado y se había formado como médico en Irak. Allí, en Bagdad, trabajaba, tenía una familia y hacía poco tiempo se había casado cuando comenzó el conflicto bélico con los Estados Unidos. Con el comienzo de la guerra todo se desmoronó: el hospital donde él trabajaba dejó de existir. Tuvo que irse de Irak. Solicitó asilo en Suecia, donde le dieron refugio.

Su carrera de médico había sido larga: luego de recibirse se había especializado como cirujano en su país. Al llegar a Suecia tuvo que comenzar otra vez desde el principio. Primero tuvo que hacer un examen de medicina para poder validar su título universitario de grado. Al mismo tiempo tuvo que estudiar sueco. Tuvo que rendir exámenes para certificar su destreza con el nuevo idioma que aprendió. Una vez superada esta etapa inicial tuvo que comenzar el camino de la especialización, comenzando por hacer un practicantado de 24 meses, durante los cuales pasaría por períodos de supervisión de su trabajo como médico en diferentes especialidades: medicina interna, ginecoobstetricia, pediatría, anestesia y cirugía. Todo este periplo le había llevado en total cuatro años hasta el momento  en que lo conocí.

Los dos estábamos comenzando… yo llegando de España, con el sueco como mayor desafío. Si bien había aprobado los cursos de idioma, el agotador esfuerzo de hablarlo consumía mucha de mi energía. Pensar en la tarea con el paciente, al mismo tiempo que en el idioma sueco, utilizando el idioma médico, que por su terminología constituye una lengua por si misma, es sumar tres desafíos simultáneos, (coincidíamos con Mohammed en este punto al conversar).

Mohammed me cuenta que su hermana vive en Montreal, Canadá, y que otro de sus hermanos vive en Dubai donde trabaja como ingeniero. Tanto Mohammed como su hermana no pudieron quedarse en Dubai, el primer lugar al que habían decidido emigrar huyendo de los peligros de la guerra. Allí les dijeron que tanto a él como a su hermana no se les podría prolongar el permiso de residencia. Buscaron entonces destinos alternativos… una en Canadá, el otro en Suecia.
Afortunadamente para ambos las cosas funcionaron y los aceptaron en los países a los que se desplazaron. Mohammed inició su practicantado médico mientras mantuvo su condición de refugiado y con ello el permiso temporal de residencia. La hermana de Mohammed también se pudo adaptar muy bien a la vida en Montréal.


Su mirada, lejos de reflejar algún viso de dureza o resentimiento, está llena de bondad. Amistoso, dispuesto a hablar, todo el tiempo demuestra la mejor disposición a trabajar. Cuando hablo con él sobre mis deseos y mis expectativas dentro de nuestra profesión, y comparto con él lo vivido a lo largo del extenso peregrinaje que me llevó a través del mundo al irme de mi país, el me da la impresión de sólo limitarse a escuchar. Sólo lo puede comprender desde el punto de vista del refugiado…de aquél que tuvo que marcharse a vivir una cultura diferente por culpa de la guerra.
Me acompañaba a los quirófanos y cada vez que hacía algo, yo trataba de explicarle todo lo que sabía sobre la técnica que estaba haciendo, transmitirle las cosas lo mejor que podía. Él estaba agradecido.
Una mañana llegué un poco cansado a los quirófanos, seguramente por el trajín de la semana, por el peso que me significaba la adaptación al nuevo ambiente de trabajo, a la cultura, a la enorme cantidad de gente que estaba conociendo, a los pacientes. Todo era de hecho un enorme cambio para mí… los medicamentos tenían nombres diferentes, las unidades en las que se miden los valores en sangre eran también diferentes, los esquemas de antibióticos para la prevención de las infecciones en el quirófano, así como en la unidad de cuidados intensivos…todo era diferente. Simplemente traté de no pensar en eso, y concentrarme en el trabajo poniendo manos a la obra.

Habían tres artroscopias de hombro y una cirugía de antebrazo. Le pregunté a Mohammed si me podría ayudar y me acompañó, recogimos el ecógrafo y nos pusimos en marcha. Hicimos los bloqueos interescalénicos guiados por ecografía. Tanto los pacientes como los cirujanos y las enfermeras se mostraron satisfechos por los resultados. Eso significaba mucho para mí. A pesar de tener mi especialidad aprobada en el  nuevo país, y mi empleo del idioma ser el adecuado, toma tiempo ganar la confianza del equipo con el que se trabaja, demostrar en la práctica que el funcionamiento en el sistema cada día es adecuado y la adaptación a los ojos del equipo es satisfactoria.


Habían pasado unos días, y como cualquier ser humano que tiene días mejores y peores, ese día me sentía un poco down. Mohammed me vió sentarme junto a él en el ordenador con cara de cansado, y tal vez algo triste. Entonces se inclinó y me dijo en voz baja que había estado conversando con las enfermeras… y que ellas contaban lo contentas que estaban con el nuevo anestesiólogo. Que tenía que estar contento, que las cosas estaban muy bien. Me contuve, la consciencia me dio la fuerza suficiente para que la humedad de mi conjuntiva no se desbordara en lágrimas. Por la angustia contenida y por la alegría de sentir que se está venciendo la resistencia de los códigos de una cultura y un idioma diferentes.


Luego de unos días en un momento de descanso la conversación continúa. Eduardo, mi compañero de Ecuador, conversa con nosotros y hablamos sobre cómo muchos médicos de diferentes países de América emigramos hacia otras tierras buscando enriquecer nuestra formación, conociendo Universidades y Hospitales de otros países. Algunos se preparan para emigrar a los Estados Unidos, otros a Europa, preparamos exámenes, estudiamos idiomas. Al final cuando lo conseguimos, nos alejamos de nuestras familias por un tiempo, o tal vez permanentemente.


Es entonces allí donde el lado del rincón del alma desde donde se ve el mundo se invierte: Ahora él – Mohammed-  humedece sus ojos, mira hacia arriba sin mover la cabeza,(tal vez recordando la miríada de días de vida desde el momento de nacer que pasó en su Bagdad natal hasta el día que la volaron de la faz de la tierra –al menos tal como era-). Luego me mira y me dice… “nosotros somos muy apegados a los lugares en los que vivimos, nos cuesta mucho movernos. Una vez que nos establecemos en un lugar los sentimos como nuestro, tenemos hijos en él, y trabajamos la tierra. A partir de ese momento, ese lugar es nuestra tierra. Ya no pensamos en irnos”.